“Los puntos básicos señalados nos llevan a una nueva estética. Nada queda para nosotros de la arquitectura de otras épocas”.

Con esta altisonante frase cierra su declaración Le Corbusier tras definir los cinco puntos de una arquitectura nueva.

Considerado sin duda uno de los padres de la arquitectura moderna y arquitecto-urbanista por excelencia, anticipaba a principio de los años veinte una nueva época en la arquitectura y el urbanismo y, sobre todo, ambicionaba una humanización de nuestras ciudades.

Decía Le Corbusier, “la arquitectura no tiene nada que ver con los estilos. Está presente en las grandes obras difíciles y majestuosas, legadas por el tiempo, y también en la miserable casucha, en la pared de un claustro, en cualquier cosa sublime o modesta que contenga la suficiente geometría para que en ella, se base una fórmula matemática”.

Son incontables las muestras sublimes, los grandes monumentos y las grandes y majestuosas obras arquitectónicas que han
perdurado en el tiempo hasta nuestros días. Durante dos mil años, quienes vieron la obra maestra del gran escultor Fidias, el Partenón, sintieron que estaban en presencia de un monumento decisivo en arquitectura.

Pero, cuando hablo de Reflejos de la Historia, me refiero a esas pequeñas cosas a las que se refería el maestro, a esa miserable casucha, a esa muestra modesta, a esos pequeños detalles que han permanecido en el olvido y que han perdurado en el tiempo como huellas implacables capaces de transportarnos directamente a otra época.

Buscamos en nuestros reflejos la huella que ha dejado la arquitectura en la historia de los pueblos a través de las pequeñas cosas y que han conseguido superar las robustas barreras del gran desarrollo al que han sido sometidas nuestras ciudades a lo largo de todo el mundo.